martes, 20 de agosto de 2024

BRÚJULA PARA PADRES CUANDO UN NIÑO ES «TERRIBLE»


CUANDO UN NIÑO ES «TERRIBLE»

María José Marrodán

Hace unas semanas relataba, en otro medio de comunicación, el cuento de «Eduardo, el niño más terrible del mundo». Un maravilloso y entretenido cuento, escrito e ilustrado por John Burningham, y que en sí mismo resume de manera gráfica y ejemplar lo que en psicología y educación se denomina el «Efecto Pigmalión» o más genéricamente de la «profecía autocumplida».

Merece tanto la pena que no he podido resistirme a hablar más de este tema.

Algunas veces nuestros hijos, sobrinos, nietos y, o alumnos se comportan de forma poco adecuada. En ocasiones decimos mal, muy mal y hasta intolerable. Frecuentemente recurrimos a los castigos. Sin embargo, podemos afrontar los comportamientos inadecuados de varias maneras, dependiendo de la situación y la persona. 

Entraré de forma simple en lo más sencillo: la influencia que las expectativas y comentarios de los demás tienen en nuestra forma de comportarnos, o de otra manera en el «Efecto Pigmalión» o la «profecía autocumplida». Y por eso retomaremos  la historia de «Eduardo, el niño más terrible del mundo»:


Eduardo, el protagonista, era un niño como cualquier otro. Como casi todos los niños era muy movido y hacía mucho ruido. Un día, un adulto le dijo que era muy ruidoso, que era el niño más ruidoso del mundo, y Eduardo se volvió cada día más y más ruidoso. Otro día, un adulto lo encontró dando patadas —porque algunas veces daba patadas a las cosas— y le dijo que era el niño más bruto del mundo y Eduardo se volvió cada día más y más bruto. En otra ocasión le vieron meterse con un animal, un adulto le dijo que era el niño más cruel del mundo Así va sucediendo con diferentes situaciones.

Finalmente, los adultos le dicen a Eduardo que es el niño más terrible del mundo y Eduardo termina creyéndoselo y comportándose como tal.

Hasta que un día, da una patada a una maceta y un señor confundió la travesura con una buena acción y le dijo: « ¡Qué buena idea hacer un jardín!». Y poco a poco la gente comenzó a pedirle ayuda para cuidar las plantas. Otro día, la habitación de Eduardo estaba tan desordenada que no encontraba nada, así que decidió tirarlo todo por la ventana. Todas las cosas de Eduardo aterrizaron en una camioneta que recogía ayuda a los pobres y el señor del camión le dijo. «Gracias por regalar todas tus cosas, Eduardo» y cuando su madre entró en la habitación le dijo: « ¿Cómo puede ser que todo esté tan limpio y ordenado? » y desde entonces Eduardo quiso convertirse en un niño ordenado. Una mañana paseando le perseguían las moscas de lo sucio que estaba y tuvo que saltar al río, una señora lo recogió, lo aseó y lo llevó al colegio y la profesora nada más verlo dijo: «Mirad, niños, fijaos en Eduardo. Es el niño más limpio y mejor vestido de todo el colegio». Las situaciones y las confusiones se repiten varias veces más y, elogio tras elogio, Eduardo modela su conducta para hacer honor a ellos y  se convierte en el niño más bueno del mundo.

Me diréis  que no es tan sencillo, y reconoceré con vosotros que así es. Pero también debemos y tenemos la obligación de hacer algo.

Los niños, los jóvenes, los adolescentes terribles tiene un fuego dentro que solo saben dar a conocer con el humo de sus malas conductas. Son múltiples las causas, y hay que ayudarles. Una forma de intentar que salgan de ahí es «romper el círculo negativo» — te portas mal te castigo; te castigo, te portas peor; te castigo más…— , y tratar de iniciar otra «profecía autocumplida», puesto que la profecía que en ellos se cumple es la que alimentamos con los comentarios y expectativas que les decimos «es el hijo/el alumno que peor se porta;  aquí está el que no trae nunca las cosas, este es un payaso, este es el disperso, no llegará nunca a nada, no puede hacerlo, etc. »

Reitero, pues, que la «profecía autocumplida» dice que nuestro comportamiento está influido por el modo en cómo nos ven los demás, sea positivo o negativo. Así, haremos todo lo posible para que aquello que consideramos o creemos que sucederá se haga realidad. Las creencias y expectativas que otras personas tienen sobre nosotros afectan al modo en que actuamos.

Numerosos estudios demuestras que «profecía autocumplida» actúa en todos los ámbitos del funcionamiento humano, y está documentado científicamente a nivel social, familiar, educativo, laboral o económico.

Por tanto debemos ser muy, muy consciente de qué les decimos y cómo tratamos a nuestros hijos y alumnos y qué expectativas les transmitidos.

¿Se puede revertir una «profecía autocumplida»? Se puede, y cuanto más pequeño es el niño, mejor se puede revertir. ¿Cómo? Hay varios pasos imprescindibles para ello:

1-      Esforzarnos en conocer a nuestra prole y/o alumnado. Observando sus reacciones, sus gustos; hablando, jugando, paseando con ellos, les conoceremos. Sabremos mejor los momentos que se originan enfados o malos comportamientos

2-      Fijarnos en los aspectos más positivos. Por eso es importante conocerles, dedicándoles un tiempo de calidad.

3-      Generar expectativas positivas a partir de los aspectos positivos que veamos en ellos. 

4-      Las expectativas sean realistas.

5-      Ser sinceros al decírselas, para ellos nosotros debemos estar convencidos de que podemos generar el cambio.

6-      Usar el verbo estar, en lugar de ser al referirnos a comportamientos.

7-      Elogiarles cada vez que se cumple la acción positiva.

8-      Tener paciencia. Las nuevas y positivas «profecías autocumplidas» no se logran en un día, hay que repetir y seguir y seguir.

Así, por ejemplo, si a un chico se le da muy mal el fútbol pero muy bien la música, el baloncesto, u otra cosa, no incidiremos «eres un matao del fútbol, no sé para que lo pago, si no sabes jugar no tendrás nunca amigos,…». Fijándonos en otras cualidades podemos buscar que otro «Efecto Pigmalión», otra «profecía autocumplida». Por ejemplo, «No se te da muy bien el fútbol, pero hemos visto que vas muy bien en música (u otra actividad), estamos convencidos que puedes hacerlo fenomenal en eso. ¿Quieres intentarlo?». «Está habitación está muy desordenada, pero estoy seguro de que tú eres limpio y ordenado y prefieres tenerlo todo a mano, confío en que lo hagas». «Muy bien, ves cómo eres ordenado y puedo confiar en ti».

Está claro que necesitamos mucha paciencia, y mirar con otros ojos y ser sinceros, porque así es educar. Y los educandos necesitan alguien en quien apoyarse, como nosotros en la vida, como ya dijo  el poeta Mario Benedetti:
«Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón».


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