domingo, 2 de agosto de 2020

Columna 30 de julio

CON LOS SIETE SENTIDOS

MARÍA JOSÉ MARRODÁN 


LA SOMBRA


Érase una vez un hombre, tan..., tan... que hasta su sombra le daba la espalda.

Cansado de correr de un sitio a otro buscándola, en las aceras o en las paredes, bajo el sol más impetuoso o las farolas más vulgares de la ciudad, decidió preguntar a sus allegados estas dos cuestiones: Una, ¿habéis visto a mi sombra? Y otra, ¿cómo soy yo, en una palabra? 

Las respuestas variaron según el encuestado. Algunos temían perder su trabajo si realmente decían lo que pensaban. Otros vieron su oportunidad para dejar muy clarito su opinión.

Sobre la primera pregunta todos fueron unánimes: No. Nadie, ninguno había visto su sombra —teniendo en cuenta que hablamos de una sombra real, no de la mala sombra que frecuentemente se le atribuía—.

Para la segunda cuestión, las opiniones variaron. Desde las más diplomáticas a las más sinceras, el hombre pudo escuchar adjetivos como: elegante, exitoso, arribista,  triste, amargado, observador, controlador, meditabundo, rancio, subjetivo, impredecible. 

Sin duda, el jovencito recién llegado al bufete —una especie de pasante o de aprendiz o de recadero, que aunque llevaba poco tiempo allí ya tenía formada una nítida idea de la personalidad del hombre y que no tenía nada que perder— fue el más audaz de todos.

Señor, le dijo, usted  es inseguro, escurridizo, parcial, cambiante. El hombre se quedó pensativo y no acertaba a entender el significado de lo que escuchaba, con lo cual pidió al joven que se explicase.

Señor, continúo respetuosamente, usted no es usted. Usted se deja llevar por las impresiones de los demás. Varía su actuación dependiendo del contrincante que tenga delante. Cambia las reglas según a quién se dirijan. En resumen,  usted no es congruente con lo que piensa y dice, ni con lo que dice y hace. Es tan variable como una veleta y por eso su sombra no acierta a encontrarle o quizás no quiera saber nada de usted.

Desconozco lo que aconteció después. A mí me impresionó tanto esta verídica historia que he querido compartirla con ustedes, mis estimados lectores.

Y es que para que haya sombra tiene que haber luz y materia. Tiene que haber un Yo, un ser íntimo con una autoestima positiva y ajustada y una congruencia robusta.  

Ahora que el sol ilumina con fuerza y aún podemos salir a la calle —con toda  responsabilidad— fijémonos en nuestra sombra. Asegurémonos de que la tenemos y es la nuestra para que no tengamos que preguntaros quienes somos y porque, como auguraba el poeta inglés Matthew Arnold — tío-abuelo de Aldous Huxley, el autor de Un mundo feliz —: «Proponte ser tú mismo, y ten por seguro que aquel que se encuentra a sí mismo, pierde su desdicha”…y seguramente encuentra su buena sombra.


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