CUANDO
UN NIÑO ES «TERRIBLE»
María José Marrodán
Hace
unas semanas relataba, en otro medio de comunicación, el cuento de «Eduardo, el
niño más terrible del mundo». Un maravilloso y entretenido cuento, escrito e
ilustrado por John Burningham, y que en sí mismo resume de manera gráfica y
ejemplar lo que en psicología y educación se denomina el «Efecto Pigmalión» o más
genéricamente de la «profecía autocumplida».
Merece
tanto la pena que no he podido resistirme a hablar más de este tema.
Algunas
veces nuestros hijos, sobrinos, nietos y, o alumnos se comportan de forma poco
adecuada. En ocasiones decimos mal, muy
mal y hasta intolerable.
Frecuentemente recurrimos a los castigos.
Sin embargo, podemos afrontar los comportamientos inadecuados de varias
maneras, dependiendo de la situación y la persona.
Entraré
de forma simple en lo más sencillo: la influencia que las expectativas y
comentarios de los demás tienen en nuestra forma de comportarnos, o de otra
manera en el «Efecto Pigmalión» o la «profecía autocumplida». Y por eso
retomaremos la historia de «Eduardo, el
niño más terrible del mundo»:
Eduardo,
el protagonista, era un niño como cualquier otro. Como casi todos los niños era
muy movido y hacía mucho ruido. Un día, un adulto le dijo que era muy ruidoso,
que era el niño más ruidoso del mundo,
y Eduardo se volvió cada día más y más ruidoso. Otro día, un adulto lo encontró
dando patadas —porque algunas veces daba patadas a las cosas— y le dijo que era
el niño más bruto del mundo y Eduardo
se volvió cada día más y más bruto. En otra ocasión le vieron meterse con un
animal, un adulto le dijo que era el niño
más cruel del mundo Así va sucediendo con diferentes situaciones.
Finalmente,
los adultos le dicen a Eduardo que es el
niño más terrible del mundo y Eduardo termina creyéndoselo y comportándose
como tal.
Hasta
que un día, da una patada a una maceta y un señor confundió la travesura con
una buena acción y le dijo: « ¡Qué buena idea hacer un jardín!». Y poco a poco
la gente comenzó a pedirle ayuda para cuidar las plantas. Otro día, la
habitación de Eduardo estaba tan desordenada que no encontraba nada, así que
decidió tirarlo todo por la ventana. Todas las cosas de Eduardo aterrizaron en
una camioneta que recogía ayuda a los pobres y el señor del camión le dijo. «Gracias
por regalar todas tus cosas, Eduardo» y cuando su madre entró en la habitación
le dijo: « ¿Cómo puede ser que todo esté tan limpio y ordenado? » y desde
entonces Eduardo quiso convertirse en un niño ordenado. Una mañana paseando le
perseguían las moscas de lo sucio que estaba y tuvo que saltar al río, una
señora lo recogió, lo aseó y lo llevó al colegio y la profesora nada más verlo
dijo: «Mirad, niños, fijaos en Eduardo. Es el niño más limpio y mejor vestido
de todo el colegio». Las situaciones y las confusiones se repiten varias veces
más y, elogio tras elogio, Eduardo modela su conducta para hacer honor a ellos
y se convierte en el niño más bueno del mundo.
Me
diréis que no es tan sencillo, y
reconoceré con vosotros que así es. Pero también debemos y tenemos la obligación
de hacer algo.
Los
niños, los jóvenes, los adolescentes terribles
tiene un fuego dentro que solo saben
dar a conocer con el humo de sus
malas conductas. Son múltiples las causas, y hay que ayudarles. Una forma de
intentar que salgan de ahí es «romper el círculo negativo» — te portas mal te
castigo; te castigo, te portas peor; te castigo más…— , y tratar de iniciar
otra «profecía autocumplida», puesto que la profecía que en ellos se cumple es
la que alimentamos con los comentarios y expectativas que les decimos «es el
hijo/el alumno que peor se porta; aquí
está el que no trae nunca las cosas, este es un payaso, este es el disperso, no
llegará nunca a nada, no puede hacerlo, etc. »
Reitero,
pues, que la «profecía autocumplida» dice que nuestro comportamiento está
influido por el modo en cómo nos ven los demás, sea positivo o negativo. Así,
haremos todo lo posible para que aquello que consideramos o creemos que
sucederá se haga realidad. Las creencias y expectativas que otras personas
tienen sobre nosotros afectan al modo en que actuamos.
Numerosos
estudios demuestras que «profecía autocumplida» actúa en todos los ámbitos del
funcionamiento humano, y está documentado científicamente a nivel social,
familiar, educativo, laboral o económico.
Por
tanto debemos ser muy, muy consciente de qué les decimos y cómo tratamos a
nuestros hijos y alumnos y qué expectativas les transmitidos.
¿Se
puede revertir una «profecía autocumplida»? Se puede, y cuanto más pequeño es
el niño, mejor se puede revertir. ¿Cómo? Hay varios pasos imprescindibles para
ello:
1- Esforzarnos
en conocer a nuestra prole y/o alumnado. Observando sus reacciones, sus gustos;
hablando, jugando, paseando con ellos, les conoceremos. Sabremos mejor los
momentos que se originan enfados o malos comportamientos
2- Fijarnos
en los aspectos más positivos. Por eso es importante conocerles, dedicándoles
un tiempo de calidad.
3- Generar
expectativas positivas a partir de los aspectos positivos que veamos en
ellos.
4- Las
expectativas sean realistas.
5- Ser
sinceros al decírselas, para ellos nosotros debemos estar convencidos de que
podemos generar el cambio.
6- Usar
el verbo estar, en lugar de ser al referirnos a comportamientos.
7- Elogiarles
cada vez que se cumple la acción positiva.
8- Tener
paciencia. Las nuevas y positivas «profecías autocumplidas» no se logran en un
día, hay que repetir y seguir y seguir.
Así,
por ejemplo, si a un chico se le da muy mal el fútbol pero muy bien la música,
el baloncesto, u otra cosa, no incidiremos «eres un matao del fútbol, no sé para que lo pago, si no sabes jugar no
tendrás nunca amigos,…». Fijándonos en otras cualidades podemos buscar que otro
«Efecto Pigmalión», otra «profecía autocumplida». Por ejemplo, «No se te da muy
bien el fútbol, pero hemos visto que vas muy bien en música (u otra actividad),
estamos convencidos que puedes hacerlo fenomenal en eso. ¿Quieres intentarlo?».
«Está habitación está muy desordenada, pero estoy seguro de que tú eres limpio
y ordenado y prefieres tenerlo todo a mano, confío en que lo hagas». «Muy bien,
ves cómo eres ordenado y puedo confiar en ti».
Está
claro que necesitamos mucha paciencia, y mirar con otros ojos y ser sinceros,
porque así es educar. Y los educandos necesitan alguien en quien apoyarse, como
nosotros en la vida, como ya dijo el
poeta Mario Benedetti:
«Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el
corazón».